miércoles, 22 de julio de 2009

ρÿɾïεl






La tierra todavía humeaba cuando Gabriel despertó, Samael estaba parado mirando los cuerpos de los ángeles abatidos en la feroz batalla librada contra lucifer y los rebeldes.
Pyriel se encontraba arrodillado en una cascada lavando las marcas de la sangre de sus hermanos de tan hermosas alas.

La guerra había sido demasiado cruda, incluso los humanos la habían sentido, los cánticos se escuchaban tanto en la tierra como en el cielo, la refriega cruzaba el universo entre los cantos humanos elevados como plegaria mientras se escuchaba el entrechocar de las espadas divinas.

Gabriel estaba sentado en una roca, se lo veía agotado, y afectado por los horrores vividos en la guerra, no era fácil exterminar a sus hermanos, arrancarles el corazón. Pero Pyriel, sentado a su lado, mantenía esa expresión victoriosa altanería que ya se hacía característica en él, después de todo Dios lo había creado a él y a su gemelo Dokiel para ser el juicio de las almas. Dokiel había caído en la guerra a manos del mismisimo Lucifer, por lo que Pyriel, el fuego divino estaba más que dispuesto a acabar con el Lucero, por ello, el Fuego Divino había tratado a Lucifer y a sus rebeldes como si fueran la peor escoria, de tal crueldad deriva que algunas religiones vean a Pyriel como el Genocidio, el exterminio por la gracia de Dios. Gabriel lo observaba como si se tratara de un ser diferente a él, un ser extraño a la hueste angelical.

Pyriel tenía una personalidad oscura, su luz era fría, sin misericordia, eso preocupaba a Gabriel ya que Dios lo había nombrado la Luz del Cielo, después de la rebelión del Lucero. Pero Pyriel obedecía al Creador aunque aborrecia a los humanos, pero después de todo era una ventaja ya que Pyriel era un Serafin del Castigo.

Sus hermosas alas siempre estaban teñidas de rojo, siempre estaba marcado de sangre y por ello Pyriel era el menos afectado por la guerra.

Algo sobresalto a Gabriel, sacándolo de sus pensamientos, era el cielo volviéndose mas claro, el denso humo se disipaba, volvía a ser azul, volvía a haber esperanza.

Y Pyriel volvía a dormir tras el fragor de la batalla ganada, el Fuego de Dios dormiría durante mucho, hasta el segundo advenimiento.

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