viernes, 8 de octubre de 2010

geиešıš đe υи αšešıиø eи šeяıe



Era un día soleado de esos de verano en los que a todo el mundo les apetece salir a dar un paseo… ese era uno de esos días para el pequeño Charlie y su padre, iban de caza, Charlie era la primera vez que iba a cazar con su padre, a sus nueve años estaba totalmente emocionado con el hecho, tanto que la noche anterior no había conseguido pegar ojo.

Charlie y su padre avistaron un hermoso alce de gran cornamenta, el hombre hizo un gesto a su hijo para que se quedara detrás y disparó al animal dejándolo herido de muerte, al acercarse a dar el golpe de gracia al precioso ejemplar que yacía agonizante en la hierba se dio cuenta de que éste tenía mas fuerza de la que parecía puesto que con su último halito de vida asestó un golpe mortal al padre de Charlie, quien inmediatamente cayó de rodillas al suelo, sosteniendo sus propias entrañas con las manos, el niño lejos de llorar se quedó anonadado, totalmente ensimismado ante aquel espectáculo de sangre y terror que se desarrollaba ante sus ojos. Así fue como el niño vio morir lenta y dolorosamente a su padre… su primer día de caza. Tras esto Charlie probó el mundo de las tinieblas en todos sus aspectos, un día se encontraba jugando con su mejor amigo cuando éste le propuso un duelo con machetes a forma de práctica, Charlie aceptó pero el duelo se le fue de las manos y clavó el machete en el cuello de su mejor amigo, lejos de ir a buscar auxilio se sentó a su lado con una sonrisa malévola observando cómo su mejor amigo se desangraba, Charlie tenía 15 años y éste era su primer asesinato.



Años después el pequeño Charlie se convertiría en un respetado caballero, valiente y defensor de las creencias cristianas que lucharia en la guerra de los 100 años junto a la gran Juana de Arco, pero que escondía un sórdido secreto: adoraba el reverberar de la sangre, adoraba sentarse en su lecho a ver como alguna quinceañera se desangraba en él y adoraba probar el sabor de la sangre fresca saliendo a borbotones de las arterias yugulares de sus jóvenes víctimas. Charlie se sentía un ser superior, un ser divino al ser capaz de decidir sobre la vida de las personas y así prosiguió hasta que un día los padres de las dulces niñas a las que había asesinado se organizaron para detenerlo, así una mañana fría de diciembre Charlie amaneció con sus ropajes desgarrados colgado del alto pináculo que coronaba la iglesia local.

Esto es una pequeña introducción de lo que vendrá ya que me inspiraré en el conocido Gilles de Rais para hacer unas cuantas de mis historias... espero que las disfruteis, intentaré cargar una por semana.. a ver si cumplo.. besos a todos :)